jueves, 23 de diciembre de 2010

La Navidad: un enfoque bíblico y adventista

Por Jonás Berea (jonasberea@gmail.com)
http://yoestoyalapuerta.blogspot.com/

Publicado también en Café Hispano (Spectrum)



En la Iglesia Adventista, al igual que en otras iglesias evangélicas, hay diferentes posiciones sobre si celebrar o no la Navidad, y en caso de celebrarla, sobre cómo hacerlo. En casi todas las iglesias de España, durante esas fechas se ponen árboles de Navidad, se hacen representaciones sobre el nacimiento de Jesús, se cantan villancicos o se convocan veladas navideñas.




Argumentos contra la celebración de la Navidad


Hay hermanos que se muestran contrarios a estas actividades, al considerar que la iglesia cristiana no debería participar en una fiesta cuya fecha de celebración no es siquiera la del nacimiento de Jesús, sino que es claramente de origen pagano. Ciertamente, es imposible que Jesús naciera a finales de diciembre: según Lucas 2: 8 los pastores estaban pernoctando al raso, algo que no se hacía en invierno. Además las autoridades nunca habrían ordenado un censo en esa estación (Lc. 2: 1). Pero, ante todo, la fecha del 25 de diciembre ya existía como festividad natalicia antes de la venida de Jesús. Correspondía en el calendario juliano al solsticio de invierno (no así en el actual, derivado de las reformas del papa Gregorio en el siglo XVI), de ahí que en él los romanos celebraran el día del nacimiento del Sol invicto, así como el nacimiento del dios solar de origen iranio Mitra. La creencia de que en ese día nació Cristo es uno más de los elementos del culto al Sol que inundaron el cristianismo de estos primeros siglos, y que se constató en fenómenos como la orientación de las basílicas hacia el este (lugar del nacimiento diario del Sol) o la representación de Cristo con símbolos solares en el primer arte cristiano. Entre estos elementos destaca el domingo, día del Sol, que muy pronto fue convertido en “día del Señor”.




Con el tiempo, los cristianos fueron adoptando celebraciones calcadas del calendario pagano romano y de tradiciones ancestrales de los pueblos del ámbito del imperio, tanto germánicos como mediterráneos. Las protestas de numerosos eclesiásticos no consiguieron frenar esta corriente de supersticiones y rituales que venían a contaminar la sencillez del culto cristiano. En el caso de la Navidad, aparte del día del nacimiento del Sol, la mayor influencia provino de las Saturnalia o fiestas en honor a Saturno que se celebraban entre el 17 y el 24 de diciembre, fechas en que se cerraban escuelas, negocios y juzgados para que la población pudiera consagrarse a celebraciones domésticas y públicas en las que abundaban la danza y el juego. Siendo que el día de año nuevo estaba cercano, las celebraciones “cristianas” de Navidad también asimilaron costumbres relacionadas con esta fiesta, como el intercambio de regalos y la decoración de los hogares con luces y vegetación.




La típica decoración navideña con vegetación verde procede también del paganismo: representaba la persistencia de la vida a través del ciclo cósmico-natural que acaba y comienza en el solsticio, pues a pesar de la muerte invernal, algunas especies siguen viviendo. En relación con ello está el árbol de Navidad, originariamente un árbol sagrado de tradición germánica; de hecho muchas culturas han adorado los árboles, o los han asociado a lo sagrado (Jer. 10: 2-5). La tradición católica también ha procedido a “cristianizar” este símbolo, reinterpretándolo como el madero de la cruz o como el árbol de la vida.




La Reforma protestante del siglo XVI supuso, en todos los órdenes sociales, una depuración de tradiciones ajenas al cristianismo, y llegó a afectar a la Navidad, tan cargada de simbología pagana. Incluso el gobernante puritano Cromwell la prohibió en Inglaterra durante el periodo 1642-1660, decretando que el 25 de diciembre fuera un día laboral, con multa o cárcel a quien le diera significado religioso. Lo mismo hicieron los puritanos de Nueva Inglaterra entre 1659 y 1681. Todavía hoy hay grupos cristianos que se niegan a celebrarla.




¿Ellen G. White contra la Navidad?




Los adventistas tenemos en consideración lo que Ellen G. White escribió sobre la Navidad. Como en otros asuntos, algunos leen en sus escritos un rechazo tajante, al centrarse en pasajes como los siguientes:




«Se dice que el 25 de diciembre es el día en que nació Jesucristo, y la observancia de ese día se ha hecho costumbre popular. Sin embargo, no hay seguridad de que estemos celebrando el día preciso en que nació nuestro Salvador. La historia no nos da pruebas ciertas de ello. La Biblia no señala la fecha exacta. Si el Señor hubiese considerado tal conocimiento como esencial para nuestra salvación, habría hablado de ello por sus profetas y apóstoles, a fin de dejarnos enterados de todo el asunto. Por lo tanto, el silencio de las Escrituras al respecto nos parece evidencia de que nos fue ocultado con el más sabio de los propósitos.




»Dios ocultó el día preciso en que nació Cristo, a fin de que ese día no recibiese el honor que debía darse a Cristo como Redentor del mundo y el único que debía ser recibido y en quien se debía confiar por ser el único capaz de salvar hasta lo sumo a todos los que se allegaron a él. La adoración del alma debe tributarse a Jesús como Hijo del Dios infinito» (Review and Herald, 9 de diciembre de 1884).




«Cristo debe ser el objeto supremo; pero en la forma en que se ha estado observando la Navidad, la gloria se desvía de él hacia el hombre mortal, cuyo carácter pecaminoso y defectuoso hizo necesario que el Salvador viniese a nuestro mundo. Jesús, la Majestad del cielo, el Rey del cielo, depuso su realeza, dejó su Trono de gloria, su alta investidura, y vino a nuestro mundo para traer auxilio divino al hombre caído, debilitado en su fuerza moral y corrompido por el pecado. […] Los padres debieran recordar estas cosas a sus hijos e instruirlos, renglón tras renglón, precepto tras precepto, en su obligación para con Dios, no en la que creen tener uno hacia otro, de honrarse y glorificarse mutuamente con regalos» (El hogar cristiano, págs. 437, 438).




«Que no haya una preocupación ambiciosa y desmedida por comprar regalos para Navidad y Año Nuevo. Los pequeños regalos para los niños pueden no estar fuera de lugar, pero el pueblo del Señor no debiera gastar su dinero en comprar regalos costosos» (Alza tus ojos, pág. 366).




«He dicho a mi familia y a mis amistades que mi deseo es que nadie me haga un regalo de cumpleaños o de Navidad, a menos que sea con el permiso de transferirlo a la tesorería del Señor, para ser asignado al establecimiento de las misiones» (El hogar cristiano, págs. 432).




Celebración bajo ciertas condiciones




Pero lo cierto es que, junto a esos pasajes, hay otros en los que Ellen White contempla la celebración de la Navidad bajo ciertas condiciones:




«El mundo dedica las fiestas a la frivolidad, el despilfarro, la glotonería y la ostentación… En ocasión de las próximas fiestas de Navidad y Año Nuevo se desperdiciarán miles de dólares en placeres inútiles; pero es privilegio nuestro apartarnos de las costumbres y prácticas de esta época de degeneración; y en vez de gastar recursos simplemente para satisfacer el apetito y comprar inútiles adornos o prendas de vestir, podemos hacer de las próximas fiestas una ocasión de honrar y glorificar a Dios» (El hogar cristiano, págs. 437, 438).




«En vista de que el 25 de diciembre se observa para conmemorar el nacimiento de Cristo, y en vista de que por el precepto y por el ejemplo se ha enseñado a los niños que es en verdad un día de alegría y regocijo, os resultará difícil pasar por alto esa fecha sin dedicarle cierta atención. Es posible valerse de ella con un buen propósito. […] En vez de ser ahogado y prohibido arbitrariamente, el deseo de divertirse debe ser controlado y dirigido por esfuerzos esmerados de parte de los padres. Su deseo de hacer regalos puede ser desviado por cauces puros y santos a fin de que beneficie a nuestros semejantes al suplir la tesorería con recursos para la grandiosa obra que Cristo vino a hacer en este mundo. […]




»Se acerca la época de las fiestas con su intercambio de regalos, y tanto los jóvenes como los adultos consideran atentamente que pueden dar a sus amigos en señal de afectuoso recuerdo. Por insignificantes que sean los regalos, es agradable recibirlos de aquellos a quienes amamos. Constituyen una demostración de que no nos han olvidado, y parecen estrechar un poco más los lazos que nos unen con ellos… Está bien que nos otorguemos unos a otros pruebas de cariño y aprecio con tal que no olvidemos a Dios, nuestro mejor Amigo. Debemos hacer regalos que sean de verdadero beneficio para quienes los reciban. Yo recomendaría libros que ayuden a comprender la Palabra de Dios o que acrecienten nuestro amor por sus preceptos. Proveamos algo que leer para las largas veladas del invierno» (El hogar cristiano, págs. 436, 437).




«Agradaría mucho a Dios que cada iglesia tuviese un árbol de Navidad del cual colgasen ofrendas, grandes y pequeñas, para esas casas de culto. Nos han llegado cartas en las cuales se preguntaba: ¿Tendremos un árbol de Navidad? ¿No seremos en tal caso como el mundo? Contestamos: Podéis obrar como lo hace el mundo, si estáis dispuestos a ello, o actuar en forma tan diferente como sea posible de la seguida por el mundo. El elegir un árbol fragante y colocarlo en nuestras iglesias no entraña pecado, sino que éste estriba en el motivo que hace obrar y en el uso que se dé a los regalos puestos en el árbol.




»El árbol puede ser tan alto y sus ramas tan extensas como convenga a la ocasión, con tal que sus ramas estén cargadas con los frutos de oro y plata de vuestra beneficencia y los ofrezcáis a Dios como regalo de Navidad. Sean vuestros donativos santificados por la oración.




»Las fiestas de Navidad y Año Nuevo pueden y deben celebrarse en favor de los desamparados. Dios es glorificado cuando damos para ayudar a los que han de sustentar familias numerosas.




»No adopten los padres la conclusión de que un árbol de Navidad puesto en la iglesia para distraer a los alumnos de la escuela sabática es un pecado, porque es posible hacer de él una gran bendición. Dirigid la atención de esos alumnos hacia fines benévolos. […]




»Los más ricos también debieran manifestar interés y dar regalos y ofrendas proporcionales a los recursos que Dios les confió. ¡Ojalá que en los libros del cielo se hagan acerca de la Navidad anotaciones cual nunca se las vio, por causa de los donativos que se ofrezcan para sostener la obra de Dios y el fortalecimiento de su reino!» (El hogar cristiano, pags. 439, 440).




«Al terminar el largo viaje que me trajo del este, llegué a casa a tiempo para pasar la víspera de Año Nuevo en Healdsburg. El salón de actos del colegio había sido preparado para una reunión de la escuela sabática. Se habían ordenado con buen gusto guirnaldas de ciprés, hojas otoñales, ramas de coníferos y flores. Una gran campana formada con ramas de pino colgaba del arco de entrada al salón. El árbol estaba bien cargado de donativos, que iban a emplearse para beneficio de los pobres y para contribuir a la compra de una campana… En esa ocasión nada se dijo ni se hizo que hubiese de cargar la conciencia de nadie. Algunos me dijeron: “Hermana White, ¿qué piensa Vd. de esto? ¿Concuerda con nuestra fe?” Les contesto: “Concuerda con mi fe.”» (El hogar cristiano, pág. 458).




Centrando el asunto




Entonces, ¿es la Navidad una fiesta cristiana o no? El que la fecha de celebración, y muchos de los símbolos que la rodean, sean de origen pagano, ha movido a algunos a rechazar por completo cualquier celebración, e incluso a considerar que quien participa de estas fiestas está rindiendo culto al sol y a la naturaleza, o está sacrificando a sus hijos a Tammuz (véase, por ejemplo, el alarmista vídeo Navidad, falsa y vana tradición).




Algunos cristianos muestran una gran precaución hacia ciertos símbolos por considerar que son de origen pagano. El problema es que en ocasiones se atribuye a esos elementos un peligro en sí mismos, y no tanto en el significado que hoy en día se les da. La peligrosidad de ciertos objetos reside en el significado que en cierto contexto social puedan tener. De este modo, si en nuestros días un cristiano decora el salón de su casa con una reproducción de un papiro egipcio, no lo estará haciendo por rendir culto a los dioses que puedan aparecer representados en él, sino porque le gusta ese estilo artístico o como recuerdo de un viaje al país del Nilo. O el hecho de llevar corbata no implica una afición a la guerra o una opción política, a pesar de que en su origen esta prenda la pusieron de moda los mercenarios croatas en la Francia del siglo XVII, y de que en el siglo XIX se vestían corbatas con colores diferentes como signo de adscripción a ciertas ideologías políticas.




Hay muchos elementos de uso cotidiano que en sus orígenes estaban asociados al paganismo o a prácticas inmorales, pero que hoy en día nadie, o casi nadie, asocia con esos valores, de ahí que en sí no sean peligrosos para los cristianos. Por poner un árbol de Navidad o por decorar con vegetación verde, en principio ninguna familia o iglesia va a correr peligro de deslizarse a la adoración de las fuerzas de la naturaleza. O por montar un pequeño belén con figuritas no hay riesgo de idolatría.




Por otro lado, la Navidad conserva un bagaje auténticamente cristiano, y por tanto aprovechable, que se ha transmitido a lo largo de los siglos: aunque de ningún modo debería concebirse como una tregua, puede ser positivo el espíritu de paz, alegría, solidaridad, encuentro familiar, incluso reconciliación que algunos tratan de promover en estas fechas. Y aunque la megafonía ha invadido nuestros espacios sonoros, todavía se pueden disfrutar en algunas poblaciones de grupos de niños o jóvenes interpretando por las calles villancicos en directo. Algunas de estas canciones de Navidad expresan correctamente el misterio de la encarnación del Hijo de Dios (otros son teológicamente aberrantes y musicalmente vulgares).




El seguidor de Jesús que recuerde un día al año de forma especial la encarnación de Cristo no necesariamente está incumpliendo su Palabra. Eso sí, si algún profeso cristiano sólo se acuerda de ese milagro el día de Navidad, realmente tiene un problema espiritual. Para el cristiano auténtico siempre es Navidad, pues el nacimiento de Cristo (tanto el acontecimiento histórico como el que cada día hemos de vivir en nuestro corazón) ha de celebrarse permanentemente.




Los cristianos en general, y los adventistas en concreto, suelen celebrar algunas festividades tradicionales de sus países o de su entorno social. Pienso que no es inapropiado hacerlo, siempre que no se otorgue a la fecha en sí un significado espiritual, equivalente por ejemplo al del sábado señalado por Dios. Los estadounidenses de las ideas más diversas se reúnen en familia el Día de Acción de Gracias; aunque exista el riesgo de darle un peligroso significado político-religioso a esa fecha (el reconocimiento de la supuesta elección providencial del país por parte de Dios), en principio los creyentes puede celebrarlo con un espíritu familiar. Seguro que hay cristianos en entornos musulmanes que, aunque no practican el ayuno del Ramadán, no tienen reparo en coincidir con amigos musulmanes en la cena que al final del mes hacen para romper el ayuno. Si unos amigos judíos me invitaran a celebrar la Pascua, aunque creo que nuestra Pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada (1 Co. 5: 7), estaría encantado de compartir esos momentos con ellos (seguramente los apóstoles continuaron haciéndolo con sus hermanos judíos años después de la Resurrección).




En la medida en que no violentemos los mandatos de Dios y los dictados de nuestra conciencia, pienso que debemos hacernos «a los judíos como judío, para ganar a los judíos; a los que están bajo la ley, como bajo la ley, para ganar a los que están bajo la ley; a los que están sin ley, como si yo estuviera sin ley (no estando yo sin ley a Dios, mas bajo la ley a Cristo), para ganar a los que están sin ley» (1 Co. 9: 21). Pablo dijo que se podía comer tranquilamente de lo sacrificado a los ídolos (ver 1 Corintios 8 al 10), pues para los cristianos esos ídolos simplemente no existen, son dioses falsos. Ahora bien, si se da un sentido sagrado a esa comida, sin duda es pecado. Lo mismo se puede decir de la Navidad: si se le da un sentido litúrgico, con la convicción de que se está practicando un ritual espiritualmente necesario (como indicaría la doctrina oficial de la Iglesia Católica), la celebración es pagana.




En cuanto a la procedencia solar de la fiesta, similar al origen del domingo, habría que señalar lo siguiente: si el Señor hubiera ordenado que se recordara la natividad de Jesús un día concreto, y la sociedad celebrara otro día, sería grave celebrarlo en el día incorrecto, pues atentaría contra la voluntad expresa de Dios para el hombre. Pero el Señor no ha dejado ninguna instrucción clara sobre esta conmemoración, por lo que será pecaminosa o no según el sentido que le demos. En cambio, hay un mandamiento que claramente indica que debe guardarse el sábado, pero la mayor parte de los profesos cristianos asumen que no debe guardarse ese día, sino el día del sol, sin que jamás en la Biblia se indique tal cambio. Por supuesto, descansar el domingo no es pecado, aunque Dios no lo mande; pero dar un sentido espiritual a ese día, como conmemoración de la resurrección de Jesús, es pagano.




Propuestas




A continuación propongo algunas ideas relacionadas con la celebración de la Navidad:


1) Recordar cómo ocurrió realmente la natividad de Jesús, prescindiendo de elementos no bíblicos. Muchos no cristianos, al comprobar que la Navidad ha asimilado numerosas tradiciones míticas, acusan al cristianismo de ser una religión elaborada a partir de influencias de otras religiones. Por culpa del sincretismo de la tradición supuestamente cristiana, creen que lo bíblico tiene el mismo valor que lo mítico. De ahí que sea necesario eliminar los elementos legendarios para salvaguardar lo que la Escritura sí nos transmite. Por ejemplo, Jesús no nació ni se alojó de bebé en una cueva, como muchas veces se le representa; este espacio, que efectivamente se incorporó a la tradición sobre la Navidad, procede del culto a Mitra. (Curiosamente, la Biblia tampoco dice que Jesús naciera en un establo, sino sólo que acostaron al bebé en un pesebre, según Lucas 2: 7. Ni dice que hubiera un buey y un asno; estos animales están tomados de la asociación del nacimiento del Salvador con el texto de Isaías 1: 3: «El buey conoce a su dueño, y el asno el pesebre de su señor; pero Israel no conoce, mi pueblo no tiene discernimiento». Pero estos elementos populares no incitan a la confusión con mitos paganos).


2) Identificar correctamente a los magos de oriente, evitando llamarles “Reyes Magos”. Mantener el rigor bíblico en estos detalles, sin llegar a resultar quisquillosos o impertinentes, contribuirá a que el pueblo adventista, celoso por la verdad revelada, señale a la Biblia como única fuente de autoridad, y advierta sobre la intromisión de elementos paganos en muchas tradiciones tenidas por cristianas (como venimos haciendo tradicionalmente con respecto a otras verdades, como el sábado). No es infrecuente observar en carteles o fiestas de algunas de nuestras iglesias referencia a los “Reyes Magos”. La idea de que fueran reyes quizá proceda de la asociación (caprichosa) con Isaías 60: 3: «Caminarán las naciones a tu luz, y los reyes al resplandor de tu alborada» e Isaías 49: 23: «Reyes serán tus ayos, y sus princesas tus nodrizas; postrados ante ti, rostro a tierra, lamerán el polvo de tus pies». Por supuesto, tampoco podemos saber cuántos eran, a pesar de que llevaran tres regalos. Las primeras imágenes artísticas, ya del siglo III, muestran a dos o cuatro magos, y se llegaron a representar en números de lo más variado: seis, doce (en prefiguración de los apóstoles y simbolizando las tribus de Israel) y hasta sesenta. Por supuesto, los nombres de Melchor, Gaspar y Baltasar, y otros que se les atribuye, también son tardíos, así como su iconografía representando tres edades o tres razas (Baltasar no apareció como negro hasta el siglo XIV), y la fecha de su festividad, 6 de enero, corresponde a una fiesta pagana anterior. Hoy en día se rinde culto idolátrico a sus supuestas reliquias en la catedral católica de Colonia.


3) Evitar el consumismo. Más que la fecha solar o el árbol, la auténtica naturaleza pagana de estas fiestas reside en la vorágine materialista y hedonista que todo lo invade: la fuerte presión publicitaria, que para colmo explota interesadamente los valores más entrañables, con el objetivo de que nos prodiguemos en regalos (algunos de ellos “de compromiso”) o nos gastemos cifras escandalosas en alimentos con precios artificialmente inflados, que a su vez inflarán nuestros cuerpos (“total, una vez al año…”); la lotería, retransmitida simultáneamente durante horas por todos los medios de comunicación, asumiendo que todos los españoles estamos deseando hacernos ricos de golpe y sin esfuerzo, y generando esa mezcla ridícula de admiración y envidia hacia los “agraciados”… La Navidad, tal como se celebra hoy, simboliza el triunfo del capitalismo, con su traducción estética en iluminaciones de dudoso gusto, proliferación de adornos producidos en serie, “papá noeles” y “santa clauses” de lo más vulgar y kitsch, y villancicos a ritmo de percusión electrónica expelidos sin cesar por los altavoces de centros comerciales y muchos rincones de las ciudades.




4) Promover la solidaridad, aprovechando la sensibilización social en estas fechas, pero tratando de hacer de ella algo continuo a lo largo del año. Recuerdo que un pastor contó en estas fechas una historia “conmovedora”, en la que una familia invitaba a un “sin techo” a comer con ellos por Navidad. Y yo me preguntaba: ¿Y qué hicieron con él tras la cena? ¿Lo volvieron a mandar a las frías calles del invierno? Evitemos la solidaridad transitoria.




5) Preparar regalos sobre todo para los más necesitados, como recomienda Ellen White. Es triste ver cómo en muchas iglesias se celebra el “amigo secreto” para la autocomplacencia, cuando quizá no se ha pensado en quienes no tienen amigos secretos, ni siquiera conocidos…




6) Aunque podemos servirnos del clima positivo que las fiestas favorecen (el “espíritu de la Navidad”), no concibamos estas fechas como una tregua en las relaciones, como un momento sacro en el calendario litúrgico, que será quebrado tan pronto como tras las fiestas volvamos a las rutinas habituales. Esta tentación también existe con el sábado (con la diferencia de que éste sí es un día sagrado); hay hermanos que no harían ciertas acciones de dudosa moralidad en ese día “tabú”, pero las llevarían a cabo a la puesta de sol, sin que por ello la cualidad moral intrínseca de las mismas haya cambiado…




7) Hoy en día casi todas las familias occidentales ven la Nochebuena como una ocasión de encontrarse y cenar juntos. La Navidad se entiende socialmente como una fiesta familiar. Ya que hay cierta sensibilidad hacia lo espiritual o lo ético mayor que el resto del año, puede ser una buena ocasión para que en esa cena o en esas fechas se hable o se reflexione acerca del niño que nació en Belén, y del sentido de ese nacimiento. Se pueden enviar postales o correos electrónicos bien seleccionados, añadiéndoles textos bíblicos que aluden al tema y que hacen pensar sobre él. Es un momento en que la gente no tiene tantos prejuicios para oír hablar de Jesús.




8) “Celebrar la Navidad” en cualquier momento del año: resulta muy didáctico, desde el punto de vista teológico, predicar en nuestras iglesias sobre el nacimiento de Jesús en abril, o en julio, recordando que es Navidad. No reservemos los himnos de Natividad para las fechas en que el mundo pone de moda el tema: programémoslos en los cultos de cualquier momento del año. Hay quienes desean “Feliz Navidad” a sus amigos desde febrero hasta noviembre; es un recurso que puede servir para hacer pensar sobre el significado real de que Cristo haya nacido en este mundo, y para hablar sobre la encarnación del hijo de Dios.




9) Destacar que la evocación del nacimiento de Jesús es un acto conmemorativo, pero no litúrgico (véase la sección final del artículo).




10) No participar en la “guerra cultural de la Navidad”.




La guerra cultural de la Navidad




Hoy en día existe un movimiento social contra la celebración de ciertas festividades religiosas, protagonizado por grupos laicistas que proponen la retirada de lo religioso del ámbito público. Aunque en ocasiones resultan extremistas, hay que reconocerles su grado de razón; durante siglos en los países llamados “cristianos”, y no sólo en los católicos como España, se han impuesto prácticas religiosas al conjunto de la población: asistencia a servicios religiosos, procesiones, días festivos, ayunos, actos litúrgicos… Las minorías religiosas o los no creyentes normalmente no han tenido margen para vivir según les indicaba su propia conciencia. Un requisito fundamental para garantizar la libertad religiosa es desvincular las prácticas de ciertas confesiones concretas del ámbito público, especialmente el estatal. La celebración de la Navidad está teñida hoy más de aspectos populares y comerciales que de un carácter confesional, de ahí que resulte ridículo combatirla en nombre de la aconfesionalidad; pero es perfectamente legítimo que haya no creyentes, y por supuesto también cristianos, que prefieran prescindir de ella y evitar sus símbolos.




La agencia Adventist News Network (14/12/2005) recogía las declaraciones de Joe Wheeler, un autor adventista que ha escrito la serie de catorce exitosos libros La Navidad en mi corazón: «No sé por qué ha surgido este movimiento [de rechazar el saludo 'Feliz Navidad'], a menos que nos estemos volviendo tan secularizados... que aun los cristianos profesos no estén practicando la religión de la manera en que lo solían hacer». «Como cristianos adventistas necesitamos reconocer que cuando Pablo dijo que no dejemos que el mundo nos obligue a adoptar su molde, estaba hablando de algo que trasciende el tiempo». «Con los medios que nos acosan las 24 horas del día, todos los días de la semana, estamos enfrentando esto como nunca antes. Requiere de un esfuerzo casi sobrehumano evitar esto».




Wheeler asocia el rechazo a la Navidad con el conformismo social; pero habría que preguntarse: ¿Y acaso la celebración de la Navidad no comporta en gran medida una adaptación a la presión social? ¿Acaso el ciudadano no tiene que hacer un esfuerzo sobrehumano si quiere evitar la música, los símbolos, los eslóganes y todo tipo de elementos navideños con que los medios de comunicación y los comercios nos bombardean en estas fechas? Lo cierto es que la posición de Wheeler coincide con la peligrosa corriente que en su país protagoniza la llamada Derecha Cristiana, cuyo principal objetivo es unir política y religión, y recuperar la supuesta identidad cristiana de Estados Unidos, considerando al conjunto de la sociedad como un grupo religiosamente homogéneo, y amenazando gravemente la libertad de conciencia. (En otros países existen movimientos similares; en España la iniciativa de estas guerras culturales la lleva la Iglesia Católica Romana, con cada vez mayor acogida en el mundo evangélico.) Y resulta chocante que Wheeler haya escrito también un libro sobre el supuestamente cristiano “San Nicolás” (en realidad, tan pagano como la mayoría de las leyendas hagiográficas), una figura que ciertas campañas actuales quieren recuperar, desplazando al más bien inocuo Papa Noel o Santa Claus. Es triste comprobar cómo algunos adventistas no se dan cuenta de que la mayor amenaza a la libertad en nuestros días no es el secularismo (aun siendo peligroso), sino la imposición de un “cristianismo” espurio.




Pero lo más grave de este autor es que considera que «los adventistas –cuyo nombre denominacional habla de la segunda venida de Cristo– deberían también contemplar su primer Advenimiento», y para ello propone que «durante la estación navideña, sea como fuere, al menos durante los 24 días del Adviento que deberíamos tomar en serio, deberíamos interrumpir las intromisiones electrónicas en nuestras vidas». Los creyentes deberíamos «leer el relato a nuestros niños, leer el relato de la Escritura, realizar juegos, hacer regalos en lugar de comprarlos, visitar a los ancianos, y realizar actividades divertidas con nuestras familias para redescubrirlas». ¿Tiene el Adviento un valor similar al del Segundo Advenimiento?






¿Adviento adventista?


Según la tradición católica (conservada en algunas iglesias protestantes históricas) el Adviento es un tiempo litúrgico correspondiente a los cuatro domingos anteriores a la Navidad. El Catecismo de la Iglesia Católica explica que «al celebrar anualmente la liturgia de Adviento, la Iglesia actualiza esta espera del Mesías: participando en la larga preparación de la primera venida del Salvador, los fieles renuevan el ardiente deseo de su segunda Venida (cf Ap 22, 17)». Pero, aunque se menciona la Segunda Venida, la teología católica del Adviento pone mucho más énfasis en la “actualización” de la natividad que en la certeza de la parusía, y destaca la idea de que Cristo llega de forma espiritual, pero real, en la festividad del 24 de diciembre. De acuerdo con estas doctrinas, ese día es el «cumpleaños de Jesucristo» (en cierta ocasión me sorprendió que una iglesia adventista los niños cantaran el día de Navidad “Jesús, hoy es tu cumpleaños”; considero que ésta sí es una concesión excesiva al paganismo). Admitir el tiempo de Adviento implica participar de una visión cíclica de la historia de la salvación, interpretando de forma sacramental que Cristo nace cada año (lo mismo que en la misa católica se “actualiza” su sacrificio cada día, y en la Semana Santa se ritualiza su muerte). Con no poca sabiduría, canta una copla flamenca:




Esta noche nace el Niño,


es mentira, que no nace,



éstas son las ceremonias



que to’ los años le hacen.




Frente a la concepción cíclica pagano-católica del Adviento, la Biblia presenta una visión de la historia como una sucesión de proyectos humanos fallidos, y una irrupción final y abrupta de Dios para instaurar su Reino. Jesús no “nace” cada año, ni “viene” por Adviento y Navidad, sino que nació físicamente en un momento concreto de la historia, y puede nacer espiritualmente cada día, cada momento, en la vida del cristiano. Su encarnación en nuestras vidas no depende del calendario, sino de nuestra aceptación. Y la única venida pendiente es su regreso definitivo para redimir a la humanidad.