Por Jonás Berea (jonasberea@gmail.com)
Publicado también en Café Hispano (Spectrum)
Álvaro García Mohedano es guionista de cine y escritor. En
su libro Hijo del trueno (editado por APIA) narra en formato de novela
la historia real de Atilio Brítez, un joven paraguayo que desde su adolescencia
formó parte de una banda de delincuentes en Buenos Aires.
Es un libro profundamente impactante. A mí me ha cautivado
la perfecta combinación entre la autenticidad espontánea del testimonio de
Atilio y la agilidad y fuerza narrativas de García Mohedano. Arranca la novela
con el protagonista en la cárcel; breves capítulos alternan escenas de su vida
en prisión con otras de su infancia y adolescencia, narradas a base de flash-backs con los que vamos reconstruyendo
su historia hasta su conversión. Esta estructura aporta ligereza y ritmo a la
historia. Y a medida que uno lo lee, queda impresionado al tener la certeza de
que cada detalle es real. La historia, por cierto, contiene una denuncia de un
sistema de prisiones embrutecedor que, en lugar de favorecer la reinserción del
delincuente, parece dificultarla.
El género carcelario no es mi favorito precisamente (aunque
recuerdo alguna obra maestra cinematográfica, como American History X). Hay momentos en que las peleas, adicciones y
torturas que protagoniza Atilio resultan duras de leer. Pero de este modo se
valora mejor, por contraste, la intensa transformación que experimenta este joven,
en el peor de los entornos posibles. ¿O quizá en el mejor? ¿No son acaso el
fondo de un pozo de podredumbre, el abismo de corrupción, las profundidades de
nuestras miserias el lugar favorito de Dios? ¿No son estos los sitios por donde
Él se pasea, buscándonos y caminando a nuestro lado, sacándonos al aire limpio
de la superficie, y volviendo a entrar con nosotros en la basura cada vez que nos
hundimos de nuevo en ella? ¿Acaso no fue eso lo que hizo Cristo: abandonar la
gloria y venir a arrastrar su vida entre nuestras penurias?
Quienes siempre hemos vivido en un entorno de bienestar, cómodamente
resguardados de la violencia y la miseria, podríamos creer que esta historia nos
es ajena. La mayoría no hemos sido criminales que han aterrorizado a numerosas
personas; no hemos hecho de la violencia y las drogas nuestro modo de vida. Por
tanto, al igual que la historia de depravación de Atilio es singular, parecería
que su historia de redención también corresponde a una categoría especial,
superior.
Pero yo creo que el testimonio del protagonista nos quiere
mostrar que el itinerario vital de cada persona, sean cuales sean sus
circunstancias, puede ser muy similar. El submundo de bajos fondos y cárceles que
encontramos en la novela sería una alegoría hiperbólica del mundo de basura en
el que todos vivimos. Del pecado, en definitiva. Con una diferencia: los
criminales que pueblan las cárceles en general son conscientes de la situación
vital en que se encuentran (las escenas que más me han emocionado han sido aquellas
en las que Atilio, en inspiradas conversaciones, hace reflexionar a compañeros
presos sobre el sentido de la vida de cada uno de ellos y sobre lo que Jesús
puede hacer por ellos); saben que están perdidos, condenados en este mundo y,
si son creyentes, en el venidero. Pero nosotros, los pequeñoburgueses sociales
y espirituales, creemos que estamos bien.
Y en realidad nuestra condición es la misma que la de ellos: «Tú dices: Yo soy rico, me he enriquecido y de nada tengo
necesidad. Pero no sabes que eres desventurado, miserable, pobre, ciego y estás
desnudo» (Apocalipsis 3: 17). La buena noticia es que nuestra necesidad
de transformación también es la misma que la de ellos; igualmente lo son las
posibilidades de alcanzarla: «Por tanto, yo te
aconsejo que compres de mí oro refinado en el fuego para que seas rico, y
vestiduras blancas para vestirte, para que no se descubra la vergüenza de tu
desnudez. Y unge tus ojos con colirio para que veas» (versículo 18).
Las luchas de
Atilio Brítez por reflotar desde el abismo de la violencia, el orgullo y las
drogas son las luchas de cada uno con nuestras deficiencias y adicciones
(aunque socialmente no estén catalogadas como tales). Sus tentaciones son las
nuestras. Sus recaídas son las nuestras. Sus victorias en Cristo también pueden
ser las nuestras.
(En el canal de Youtube de Hijo del trueno merece
la pena ver el tráiler de la novela, y sobre todo dos breves testimonios de
Atilio. Y aquí
se pueden leer los dos primeros capítulos.)
Todo hombre puede ser, si se lo propone, escultor de su propio cerebro; decía ramón y Cajal. Yo puntualizo: y si se lo permiten.
ResponderEliminarLa suma de número enteros, siempre da un número entero mayor.
Lo que ocurre es que, cuando en la sociedad, al parecer había cuatro ciudadanos, a dos los habían echado de la “finca” por incumplimiento… Y entre los otros dos, por entonces homeless (como se dice ahora), había un asesino. Por tanto, incumplidor + incumplidor +mediocre + ¿depende? = ¡¡¡el paisaje social!!! ¿Ha variado? Y eso cuando no había la Gran Banca ni los “ricachos”. Todos ellos, descendientes de los primeros citados.
Ahora, yo he leído el libro. Me ha gustado, más aún que cuando leí, hace 45 años La Cruz y el puñal (libro que me regaló una misionera pentecostal, norteamericana). A este ensayo lo encuentro mucho más dinámico. Te hace devorar los capítulos. Además, según observo dibuja perfectamente los escenarios; aunque no conozca todos, ni con mucho, de tal manera, que da la impresión de que estás (en muchos casos) en el Gran Buenos Aires, que, como en todas las grandes ciudades del mundo, habitan millones proponiéndose ser escultores de sus propios cerebros, contra viento y marea…
Hay párrafos exquisitos, hablo de memoria, en el que el pastor pentecostal le dice que haga cinco peticiones al Atilio de unos 9 o 10 años, y él responde sin vacilar: ¡que mañana apruebe el examen!, ¡que llegue a ser ingeniero!, ¡que venga mi madre, que venga mi madre, que venga mi madre!
jjm
y
EliminarEste blog no está activo; tiene continuidad en el siguiente blog:
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Cómo puedo encargar el libro o donde
ResponderEliminarLo publicó Safeliz: https://safeliz.com/
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